MEMORIA Y DISPOSITIVO
Desde una perspectiva anclada en la tradición, las artes visuales han sustentado con insistencia un predominio de la espacialidad a la hora de configurar sus producciones instituyendo, en ese movimiento, una deposición del tiempo. Los ensayos sobre pintura de Lessing, en el siglo XVIII, dejan constancia de la imposibilidad de dicha disciplina a la hora de plasmar la temporalidad.
En un sentido convergente Sigfried Kracauer, en 1927, y Walter Benjamin, en 1935, coinciden en el sentido desplegado por el dispositivo fotográfico: la sustracción de lo registrado a su historia, a su tradición. Sustracción que opera como un detenimiento del tiempo, en tanto que la fotografía elimina de lo retratado el paso de este. Perspectiva compartida tanto por los teóricos André Bazin como por Roland Barthes.
Quizá la insistencia futurista por plasmar el movimiento, en las primeras décadas del siglo XX, haya tentado un modo de incorporación de la temporalidad en la bidimensionalidad del plano. Así, tanto las pinturas de Carrá y Severini pero especialmente las fotografías de Bragaglia (quien utiliza largos tiempo de exposición), asumen una deuda con los experimentos cronofotográficos que Muybridge y Marey desarrollaran en el siglo XIX.
La serie de fotografías Construir la memoria, de Ariel Ballester, se inscribe en esta línea reflexiva en donde la temporalidad se apodera de lo fotográfico, pero, en este caso, hibridándose con una compleja y múltiple red de dispositivos tecnológicos cuyo eje aparece determinado por la web.
Como señala Deleuze, la memoria es un virtual que se actualiza, lo cual implica un entrecruzamiento temporal y, en cierto sentido, una imposibilidad de establecimiento preciso entre las lógicas del presente y del pasado, en la medida en que este irrumpe en nuestra actualidad.
Esta lógica de la memoria se ve, a su vez, intersecada por una tradición que es constitutiva del universo de los dispositivos de registro, en su intento de examinar la otredad: el viaje. Es así como Ballester se ve compelido a realizar un viaje, vía web, a la territorialidad del Japón devastado por la furia de la naturaleza. Y es así como, instalado virtualmente en una de esas calles captura vistas de los cuatro puntos cardinales de ese universo desolado.
Pero como la técnica contemporánea todo lo puede, fue posible que Ballester, emplazado en el mismo punto de vista, pudiera registrar las mismas vistas del mismo sitio pero antes de la catástrofe. Con posterioridad, superpone las ocho imágenes, es decir el antes y el después, el pasado y el ahora, para generar un video, que puesto en loop le permite realizar una toma fotográfica del mismo, la cual es expuesta por el artista durante un minuto y cuarenta segundos, tiempo aproximado de la duración del sismo.
Como huella de la visita virtual, quedan en el extremo inferior de las imágenes, las marcas indelebles del posicionamiento del artista, quizá como una invitación al espectador a experimentar una nueva dimensión de la temporalidad y, por lo tanto, de la memoria, pero esta vez en clave tecnológica.
Jorge Zuzulich